
EL TORITO | por TOR | Y en verdad, ¿cuál es el conflicto en la UNAM? | Número 28, Año 5, octubre - noviembre, 2018
El 3 de septiembre pasado grupos porriles atacaron
con violencia una manifestación estudiantil frente a la
torre de rectoría de la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM). Desde entonces es casi inocultable
que existe una fuerte disputa al interior de la universidad.
Ante el movimiento estudiantil que surgió en rechazo
a la violencia, la Rectoría ha pretendido exculparse
señalando la responsabilidad de fuerzas externas que
buscan “desestabilizar” a la institución. En consonancia,
muchos han intentado dibujar conflictos políticos donde
en realidad domina el compadrazgo y la corrupción.
Lo cierto es que la disputa importante no está entre las
élites que buscan hacerse espacio en la UNAM. La transición
electoral, por ejemplo, llega a la universidad como una
farsa: no hay indicio alguno de que el proyecto neoliberal
sobre la educación se transformará en lo más mínimo.
La disputa profunda, la que apunta a dos concepciones
opuestas sobre la educación, está entre los estudiantes, docentes y trabajadores movilizados y
las autoridades universitarias y gubernamentales.
Porque es ahí donde los intereses sobre la universidad
se oponen y no encuentran posible conciliación.
El 3 de septiembre fueron atacados los universitarios
más jóvenes, los de bachillerato, y fueron perseguidos,
golpeados y apuñalados los estudiantes solidarios que
se sumaron a la movilización en Ciudad Universitaria. El
ataque —que casi cobra la vida de dos compañeros— fue
perpetrado por tres grupos porriles diferentes (esos que
siempre se atacan entre sí por fin se pusieron de acuerdo).
¿Por qué marchaban los estudiantes el 3 de septiembre?
Los alumnos del Colegio de Ciencias y Humanidades,
plantel Azcapotzalco, comenzaron a organizarse a finales
de agosto por las condiciones de su plantel: grupos
sin profesores, salones saturados, una decena de murales
pintados de blanco, cobros irregulares de cuotas, instalaciones
sucias e inseguras, autoridades prepotentes.
Los ceceacheros dieron en el clavo porque sus
demandas, en apariencia tan fáciles de resolver,
señalan la tendencia de transformación del modelo
educativo y administrativo de la UNAM (y de las
instituciones de educación pública en general). Sus
problemas locales revelan problemas estructurales y
permiten entrever un proyecto de desmantelamiento
de la educación media superior y superior pública.
Eso lo vieron con claridad los estudiantes de las
diversas escuelas, facultades, centros y unidades de
la UNAM, así como los estudiantes del Instituto Politécnico
Nacional, Escuela Nacional de Antropología
e Historia, Instituto Nacional de
Bellas Artes, Universidad Autónoma
Metropolitana, entre otras.
Los universitarios no sólo se solidarizaron
con Azcapotzalco, vieron
la posibilidad de organizarse en
defensa de sus espacios educativos y
trascendieron la movilización inmediata
contra la violencia. Celebraron
decenas de asambleas locales y,
hasta ahora, tres asambleas interuniversitarias
de las que nacieron
nuevas demandas colectivas que
acusan con mayor fuerza la degradación
de las instituciones de educación
pública, la pérdida de contenido
educativo, la precarización del
trabajo universitario y la violencia
imparable que acosa a la comunidad.
El conflicto actual nos recuerda que la universidad es
un territorio en disputa: mientras para las clases trabajadoras
representa el derecho a la educación gratuita
y de calidad, para el capitalismo representa un espacio
más para la acumulación y producción de capital.
La universidad ha tomado tintes empresariales.
Podemos ver, por poner sólo tres ejemplos, cómo la
eventualidad y la precariedad laboral han convertido a
docentes e investigadores (antes privilegiados) en mano
de obra barata y sustituible; cómo los grados académicos
han perdido valor, sometiendo a los estudiantes
a una carrera ardua (y costosa) por títulos profesionales
mal pagados; cómo las entidades privadas sacan
beneficio de la universidad vendiendo bienes y servicios,
orientando la producción de conocimiento para
que se investigue y se deje de investigar a su voluntad.
En este contexto, la violencia que rechaza el movimiento
estudiantil tampoco es coincidencia. En sus
distintas formas y en sus más terribles facetas (feminicidio,
violación, desaparición, asesinato, tortura), la
violencia mantiene inmovilizado a un pueblo que pierde
de forma acelerada sus derechos humanos y sociales.
Por esto es que, aunque para algunos el conflicto
universitario parece tan espontáneo como efímero,
en realidad es expresión de una lucha histórica
por la defensa de la educación pública, gratuita,
científica, crítica y humanística. Como expresaron
los estudiantes en el pliego petitorio interuniversitario
“¡Porque somos los nietos del 68, los hijos del
99, los hermanos de Ayotzinapa, no es que la lucha
comience, sino que nunca ha terminado!”
EL TORITO | por TOR | Y en verdad, ¿cuál es el conflicto en la UNAM? | Número 28, Año 5, octubre - noviembre, 2018