ENERO 2021 | PALABRAS PENDIENTES Nº 14 | CIENCIA, CAPITALISMO Y REVOLUCIÓN
Comparte | Twitter | Facebook | Whatsap

Hace tres años tuvimos el gusto de participar en el Festival Conciencias por la Humanidad convocado por el EZLN, a partir de la cual pudimos reflexionar sobre un tema que nos preocupa y que nos parece importante respecto al quehacer científico en México. De ahí surge este texto: de una invitación al festival y, más que del conocimiento de la sociología o historia de la ciencia, de nuestra experiencia personal en la práctica científica y de las inquietudes e incomodidades que ésta nos genera. Nos interesa reflexionar sobre la tecnología en su relación con la ciencia, en particular, sobre las bases técnicas necesarias para el desarrollo de la ciencia y sobre cómo éstas bases muchas veces se juzgan innecesarias, secundarias o inalcanzables por las instituciones científicas en nuestra comunidad.

Se ha escrito y dicho mucho sobre cómo la ciencia se ha desarrollado (y mercantilizado) en estrecha relación con la guerra, la colonización, la explotación de los trabajadores y el deterioro del medio ambiente. Esto ciertamente es un tema a discutir, pero partamos, como lo hizo el EZLN en aquélla convocatoria al festival Conciencias, de reconocer el poder de la ciencia y de su importancia para la resistencia y la construcción de otros mundos. Como sugerían Levins y Lewontin en su libro el Biólogo Dialéctico (1985), nos conviene visibilizar las prácticas y formas que nos alejan de la libertad como científicos y que obstaculizan el desarrollo de una ciencia emancipadora y transformadora de la realidad social. Este es un camino para imaginar qué ciencia queremos y cuál no.

En el medio académico frecuentemente escuchamos decir, implícita o explícitamente, que la ciencia es un esfuerzo humano en el que una comunidad internacional trabaja junta para hacer avanzar el conocimiento. Que todos los científicos abrevamos de los resultados y aprendizajes generados por esta comunidad e, igualmente, aportamos generosamente a ella el resultado de nuestro trabajo. Esto es en parte cierto en tanto que participamos de una comunidad en la que se intercambia conocimiento y se van resolviendo interrogantes. Sin embargo, nos interesa apuntar que, más allá de que los objetivos de esta comunidad sean discutibles, nuestra participación en ella no es en igualdad de condiciones respecto a científicos de otras partes del mundo y que la naturaleza de esta comunidad “universal” es asimétrica e injusta. Estas asimetrías nos parecen particularmente evidentes cuando pensamos en las bases técnicas para el desarrollo de la ciencia.

La tecnología y su aportación a la ciencia

Nuestra idea de tecnología usualmente está asociada a los dispositivos o aparatos que vemos a nuestro alrededor y que nos hacen la vida supuestamente más fácil o llevadera, como las computadoras, los teléfonos celulares o los automóviles, aunque también suele ser sinónimo de tecnologías avanzadas las naves espaciales, los exploradores robóticos o las armas de destrucción masiva. Esta idea de la tecnología en torno al consumo o a la guerra quizás tiene su origen en que parte de la tecnología actual surgió de las necesidades de las potencias coloniales a partir de la revolución industrial en el siglo XVIII. Así, al igual que la ciencia, los desarrollos tecnológicos claramente pueden reproducir o ser funcionales al desarrollo del capitalismo, pero como decíamos al inicio, nos interesa visibilizar el poder creativo y transformador de la tecnología y, con ello, su posible aportación a esfuerzos por transformar la realidad. Aquí nos vamos a referir a la tecnología como la serie de instrumentos, métodos y técnicas que permiten producir algún objeto o alcanzar ciertos objetivos, como los que se plantean en la investigación científica.

Aunque no es tan evidente, una parte importante de los avances tecnológicos están motivados por el desarrollo de instrumentos y métodos que se requieren en la propia investigación científica. En los laboratorios de biología, química o física, no pasan inadvertidos los termocicladores, necesarios para la reacción en cadena de la polimerasa o PCR, los microscopios de alta resolución, espectrómetros, láseres de todos los colores y energías, cámaras de vacío, etc. También podemos ver equipos de cómputo, desde el más simple hasta el más sofisticado, que se usan de manera rutinaria para resolver problemas complejos de cálculo, así como para analizar, almacenar y compartir grandes cantidades de información. Sin estos instrumentos simplemente no podríamos hacer ciencia, o caeríamos probablemente en una discusión especulativa de la realidad. De hecho, es imposible pensar en el desarrollo de la física moderna sin el uso de los telescopios que permitieron describir las trayectorias de los cuerpos celestes, o en el desarrollo de la microbiología y la medicina sin el surgimiento de los microscopios. El desarrollo de técnicas e instrumentos no sólo facilita un paso en un programa de investigación previamente planteado, sino que muchas veces abre la posibilidad de que surja el programa mismo y da pie a preguntas que no se podrían haber planteado antes. Como en otros ámbitos “¿Qué demuestra la historia de las ideas, sino que la producción intelectual se transforma con la producción material?” (Marx, C. y Engels, F., 1948)

Así la ciencia por sí misma requiere de tecnología, en muchos casos de tecnología muy especializada y con un alto nivel de complejidad. Actualmente, la tendencia es que dicha tecnología sea desarrollada y comercializada por algunas compañías, las cuales se benefician de los esquemas de patentes y derechos de propiedad intelectual, y que los centros de investigación consuman esta tecnología. De hecho, en algunos países existe una estrecha relación entre los centros de investigación y las empresas de tecnología, una relación muy funcional al desarrollo capitalista. Volviendo a las asimetrías que mencionábamos, vemos que estas compañías radican principalmente en países del “mundo desarrollado” y que nuestras universidades son únicamente consumidoras de esta tecnología: prácticamente no se produce en nuestras instituciones -- ni siquiera en el país -- ninguno de los instrumentos, equipos o materiales que utilizamos en la investigación. Más aún, difícilmente participamos del proceso de elaboración de esta tecnología y, cuando accedemos a ella, lo hacemos pagando elevados costos de importación, tipo de cambio, traslado, logística, etc.

También vemos que, como ha sucedido en el contexto de la pandemia de COVID 19, cuando ciertos artículos se vuelven cruciales para los estados nacionales, las compañías parecen dejar de ser “trasnacionales” que supuestamente sólo responden a las dinámicas del mercado mundial y canalizan sus productos a ciertas naciones, o los venden a otros países bajo nuevos términos; se cierran aduanas y fronteras y, de pronto, países como México fácilmente se quedan sin acceso a productos clave. Entonces deberíamos considerar también la situación de dependencia y potencial vulnerabilidad en la que nos pone esta situación. Vemos, finalmente, que el papel de consumidores es asumido por nuestras universidades y comunidades como si éste fuera el estado natural de las cosas, como si no fuéramos capaces de desarrollar tecnología para nuestra propia investigación o como si desarrollar tecnología no fuera parte del proceso creativo de hacer ciencia.

Abajo describiremos un par de ejemplos que nos parece que ilustran este punto, pero antes es necesario reparar en que esta posición de consumidores de tecnología para la investigación científica se refuerza a través de una valoración desproporcionada del trabajo intelectual sobre el manual, también en la ciencia. Vemos en nuestra práctica cotidiana que el trabajo “técnico” se trata como secundario o inferior al trabajo “teórico”, que desarrollar un teorema es mucho más valorado que montar una nueva técnica en un laboratorio. También se refuerza a través de una dinámica productivista en la que los científicos corremos todo el tiempo tras el siguiente resultado que pueda publicarse, pronto, antes de que alguien más lo haga, sin tener tiempo o recursos para tratar de reproducir resultados o montar nuevos métodos o técnicas desde cero. En el extremo, en algunas áreas de la ciencia, como en las ciencias genómicas, es muy común el “outsourcing” o maquila de resultados a través del empleo de servicios externos de secuenciación (los más populares en la actualidad son los que ofrecen empresas coreanas) y a veces incluso de análisis preliminar de datos. Todo esto se refleja en la situación laboral desigual de técnicos e investigadores (!), en la separación entre universidades técnicas y no técnicas (que en México está además atravesada por una condición de clase), o en la noción de que desarrollarnos técnicamente en el ámbito de la investigación científica consiste en comprar e instalar equipo costoso y capacitar a alguien para operarlo, sin tener siquiera la posibilidad de entenderlo en detalle, repararlo, modificarlo o adaptarlo.

En este sentido queremos reivindicar la propuesta de Pablo González Casanova de reconocer que el conocimiento científico depende de su contexto social e histórica y está estrechamente vinculado con una serie de técnicas y métodos, de tal manera que la ciencia y tecnología se desarrollan y determinan mutuamente. En palabras de González Casanova, “tecnociencia como un término que denota a la ciencia que se hace con la técnica y la técnica que se hace con la ciencia por los investigadores y que son a la vez técnicos y científicos o científicos y técnicos y que trabajan en los más diversos niveles de concreción y abstracción, tomando en cuenta sus mismos o parecidos métodos de plantear o resolver problemas. La tecnociencia corresponde al trabajo interdisciplinario por excelencia” (Casanova, P. G. 2004).

Técnicas e instrumentos para el trabajo científico: un caso de la física experimental

Nos referiremos a algunos ejemplos que pensamos que ilustran los puntos arriba mencionados. Primero hablaremos de unas piezas de uso común en laboratorios de física e ingeniería; se usan por cientos en nuestra universidad. Son unos soportes cilíndricos de acero inoxidable, llamados postes, que sirven para montar instrumentos ópticos y hacer trabajo experimental en distintos ámbitos. Aunque relativamente simples, su fabricación requiere cumplir con criterios rigurosos asociados a tener poca variación en sus medidas, ser durables y compatibles con otras piezas, y para elaborarlos se requiere de un trabajo meticuloso y calificado, así como de cierta maquinaria. Estos postes pueden comprarse por aproximadamente 100 dólares cada uno si los pedimos de EE. UU., o bien, pueden fabricarse en algunos talleres universitarios, como el del Instituto de Física de la UNAM. Sin embargo, ante la posibilidad de fabricarlos en la universidad, ha surgido la pregunta en nuestra comunidad de si ésto no es en realidad más caro que comprarlos fuera y de si es conveniente dedicar los recursos de estos talleres a su fabricación.

Ante esto, nos preguntamos ¿cuál es el costo real de fabricarlos aquí o de importarlos? ¿cómo cambia este costo con el tiempo si los postes se elaboran aquí rutinariamente? Pensamos que entre los costos y beneficios que deben considerarse están no sólo los asociados a tipo de cambio, importación, tiempo de importación y costos administrativos, sino también el tipo de empleo que implica cada escenario, y el aprendizaje y las nuevas posibilidades que se abren al saber hacerlos. En todo caso, si en términos económicos fuera más barato importarlos, nos preguntamos por qué es así siendo que en México se extrae mucho del hierro con el que se hace el acero del mundo ¿qué implicaciones tiene en la vida de los obreros y en el medio ambiente el que se hagan relativamente tan baratos en China o EE. UU.? Según nuestra experiencia, como los postes, existen muchos casos en los que la importación suele ser en primera instancia más barata y rápida que la fabricación in situ, pero podemos imaginarnos la situación que resulta cuando esto ocurre de manera generalizada y carecemos o perdemos las habilidades para diseñar, crear o incluso imaginar el equipo con el que trabajamos rutinariamente, acotando enormemente nuestras posibilidades de investigación.

Comunicación en el trabajo científico: el acceso a los artículos

Al tratar el tema de la tecnología podemos pensar también en aquélla que se requiere para almacenar, procesar y difundir el conocimiento científico, principalmente a través de artículos revisados por pares y publicados en revistas especializadas. Las bases de comunicación de la ciencia dentro y fuera de las comunidades científicas son, como decíamos arriba, fundamentales para el intercambio entre científicos y la resolución conjunta de interrogantes. Solemos imaginar que este conocimiento está ahí, en una nube de alcance universal, de la cual cualquiera puede beneficiarse y a la que cualquier investigador puede contribuir. No obstante, existen, también en este caso, numerosas asimetrías que marcan diferencias entre la ciencia hecha desde una periferia, por ejemplo en México, y la ciencia hecha en el Norte Global.

A pesar de la aparente facilidad que supondría el uso cada vez más generalizado del internet, en realidad cada vez vemos cómo la publicación de artículos científicos es mayormente concentrada y dirigida por unos pocos gigantes editoriales. Cada vez más, el manejo de las revistas científicas implica el desarrollo de software y de plataformas digitales para la gestión y difusión de los artículos, plataformas que por lo general, sólo algunas compañías editoriales han desarrollado y continúan actualizando. Esto, entre otras cosas, ha hecho que muchas de las revistas que eran manejadas por sociedades científicas o universidades públicas sean ahora manejadas por estas compañías. Estas compañías cobran hasta 40,000 o 50,000 pesos a los autores por publicar sus artículos, prometiendoles celeridad y visibilidad, o alrededor de 600 pesos por artículo a los lectores que quieran leerlos, o millones de pesos a las instituciones públicas que puedan pagar suscripciones a conjuntos grandes de revistas. Estos costos son absurdos para cualquiera, pero resultan francamente insultantes para las comunidades científicas de países con monedas valoradas muy por debajo del dólar. Esto se ve reforzado por políticas de propiedad intelectual que impiden que los artículos publicados se descarguen o distribuyan libremente. Haciendo un cálculo grueso con datos oficiales de la UNAM del 2016, ésta pagó 320,000,000 de pesos por el acceso institucional a revistas técnicas y científicas, aproximadamente cuatro veces lo que la Coordinación de la Investigación Científica de la misma universidad destinó en el mismo año al rubro de “apoyo a la investigación científica”, el cual incluye gastos de materiales, mantenimiento, equipo, mobiliario, difusión y colaboración académica.

Esta situación ha generado en el mundo, además de indignación y disgusto, diferentes iniciativas para boicotear algunas de las casas editoriales (e.g. The Cost of Knowledge), así como esfuerzos para que el conocimiento científico sea, en los hechos, un bien común. Ejemplo de esto es Sci-Hub, un repositorio virtual que hace uso de desarrollos muy notables en tecnología informática para hacer disponibles de forma gratuita millones de artículos científicos.[1] No es de extrañar que la científica kazaja que creó y mantiene este repositorio tenga que vivir escondida y esté siendo demandada por las mismas compañías que violan, como ella misma ha dicho, el artículo 27 de la declaración de los derechos humanos, el cual reconoce el derecho a compartir los avances científicos y sus beneficios. En México hay también iniciativas que hacen uso de la tecnología para publicar y difundir libremente el conocimiento científico. Una de ellas es Copit-Arxives[2], una editorial digital que publica libros científicos revisados por pares bajo un esquema de licencias que permite su libre difusión. Así como para el caso de las bases para la comunicación científica, existen diversas iniciativas académicas y esfuerzos de ciencia popular para la generación de tecnología propia para el ámbito de la investigación científica. Sin embargo, éstas aún son pocas y se enfrentan a fuertes costos personales y académicos y a un discurso e intereses bien establecidos en favor siempre de las soluciones pragmáticas, de la pertenencia a una comunidad científica supuestamente equitativa y universal, y de la subestimación de los procesos creativos y de aprendizaje detrás de los desarrollos técnicos.

Algunas preguntas…

Entonces, desde lo que vemos y experimentamos cotidianamente, pensamos que reproducir y agrandar la brecha entre el trabajo técnico y teórico en el ámbito científico merma nuestra libertad como científicos, limita nuestra creatividad y nos cierra posibilidades para conocer y transformar aquello que consideremos importante. Es además una brecha que promueve la injusticia al invisibilizar o subestimar el trabajo de los colegas enfocados en aspectos técnicos y que nos pone en una situación extrema de dependencia, y por lo tanto de vulnerabilidad, ante diversos escenarios. Por todo ello, pensamos que es central retomar la verdadera interdisciplina y desarrollar una praxis a nivel comunidad que conjunte técnica y teoría. Queremos entonces concluir con algunas preguntas que pensamos pueden servirnos como guía en diferentes escenarios y para pensar y transformar la ciencia, sobre todo desde las universidades públicas: ¿qué ha fallado y funcionado en las experiencias de hacer ciencia como un esfuerzo emancipador? ¿estas experiencias han considerado, y cómo, las bases técnicas y de comunicación para el desarrollo científico? Respecto a la comunicación de la ciencia ¿quiénes son nuestros interlocutores y cómo queremos comunicarnos con ellos? ¿por qué y cómo debemos o queremos hacer públicos los resultados de nuestra investigación? ¿la separación entre técnica y ciencia es funcional a la mercantilización de la ciencia? ¿vale la pena construir nuestros postes y gestionar nuestras revistas incluso si sale más caro de inicio que importar tecnología? ¿nos vale la pena, en las universidades públicas, volver a hacer o reproducir equipo y métodos que ya están hechos? ¿podemos aspirar a un conocimiento científico realmente universal en sus aspectos técnicos y teóricos? ¿qué significaría y qué se necesitaría para alcanzarlo?


Notas:

[1] El dominio actual de este repositorio es https://sci-hub.tw/ pero éste cambia frecuentemente debido a constantes esfuerzos por echarlo abajo.
[2] http://scifunam.fisica.unam.mx/mir/copit/
Referencias:
[ø] Levins, R., Lewontin R. C. (1985) The Dialectical Biologist. Harvard University Press.
[ø]Marx, C., Engels, F. (1984) El Manifiesto del Partido comunista. Casanova, P. G. (2004). Las nuevas ciencias y las humanidades: de la academia a la política (37). Anthropos Editorial.




Revista de Difusión y Discusión Política de Izquierda Anticapitalista ★ 18 años de crítica contra el capitalismo neoliberal

Capitalismo | Ciencia | Burguesia y Derecha en México | Huelga del 99 | Movimiento Indígena | Educación y Neoliberalismo | Movimiento de 1968 | Medios Libres y Populares | Lucha de Clases en Mexico