ENERO 2021 | PALABRAS PENDIENTES Nº 14 | CIENCIA, CAPITALISMO Y REVOLUCIÓN
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Palabras clave:
URSS, desarrollo científico soviético, Frolov, Budyko, Gerasimov, Sukachev, Dokuchaev, Morozov, Novik, Kovda, Vernadsky, geografía y ecología, biogeocenosis, noósfera, antropoceno y antropogeno.

En este texto deseo explorar someramente algunos aspectos del desarrollo científico soviético, tema en general poco conocido en occidente, con la excepción del llamado «caso Lysenko»[1], a su vez habitualmente distorsionado, y mismo que no abordaré aquí en aras de ser breve. Asimismo, dada la vastedad del ámbito de la ciencia soviética, me limitaré a examinar ciertos trabajos e ideas desarrollados por un puñado de científicos de las ciencias ambientales y la ecología –en virtud de su relevancia en tiempos presentes– aun cuando estas obras presentan, desde luego, profundas interrelaciones con la física, las matemáticas, y la geología, entre otras disciplinas, incluyendo las ciencias sociales.

Podría parecer descabellado y contrario a la historia discurrir sobre cualquier suerte de teorías o prácticas ecológicas en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En la academia –especialmente en Occidente– es casi inequívocamente aceptado que la Unión Soviética fue muy destructiva del entorno natural, y la contaminación del lago Baikal (el lago más antiguo, más profundo y con mayor volumen del planeta), la desecación del mar de Aral, y el desastre nuclear de Chernóbil, entre otros episodios, son ofrecidos como los ejemplos más representativos de este hecho (Gare, 1993; Peterson, 1993; Medvedev, 1990). También se arguye que las perspectivas soviéticas sobre la naturaleza eran antropocéntricas y/o utilitarias (DeBardeleben, 2019; Pepper, 1993; Weiner 1999; Isachenko, 1968), y en consecuencia la ciencia y el ecologismo soviéticos son automáticamente descartados, considerados como inexistentes o insignificantes.

Si bien todo esto es verdad, dichos relatos, inadvertidamente o no, pasan por alto o ignoran dos elementos: las razones detrás de tal destrucción ambiental, y las complejidades en torno a las políticas ecológicas, la ciencia y los movimientos que sí existieron en la URSS a lo largo de toda su historia. Algunos académicos más rigurosos sí reconocen la existencia de un programa importante de ecología soviética, basado en algunas de las ciencias más avanzadas en el mundo, desarrollada dentro de la misma URSS (Foster, 2015; Brain, 2011,2010; Weiner, 1999, 1988; Frolov, 1982; Budyko 1980, 1974; Sukachev y Dylis, 1964; entre muchos otros). Muchos autores, a su vez, aceptan que durante el periodo en el que Stalin estuvo al frente del país (~1928-1953), la teoría y práctica ecológicas fueron afectadas de manera importante, aun cuando investigaciones sobre esta época han revelado una realidad más compleja y sutil, mostrando que, de hecho, durante estos años fueron tomadas medidas fundamentales de conservación (Brain, 2011, 2010). En resumen, a pesar de provocar destrucción ecológica muy seria y de generalmente exhibir perspectivas utilitarias y antropocéntricas con respecto a la naturaleza (por razones que no abordaré aquí), la Unión Soviética también desarrolló –como mostraré a continuación– parte de la teoría y la práctica ecológicas más avanzadas de su tiempo. Como el sociólogo estadounidense John Bellamy Foster (2015: 15-16) expresó, la URSS se vio entonces enredada en una contradicción muy particular a este respecto:

Desde una perspectiva ecológica, la URSS puede verse como una sociedad que generó algunas de las peores catástrofes ecológicas en la historia, pero que también dio origen a algunas de las ideas y prácticas ecológicas más profundas, basadas en cimientos intelectuales materialistas, dialécticos, y socialistas.

En el ámbito de la ecología, entre otros, la URSS estuvo muy bien posicionada respecto al resto del mundo. Como dice Weiner (1988: x): «en lo que será una sorpresa para muchos, a principios de los años 1930s la Unión Soviética estaba a la vanguardia de la teoría y práctica conservacionistas. Los rusos fueron los primeros en proponer demarcar territorios protegidos para el estudio de las comunidades ecológicas, y el gobierno soviético fue el primero en implementar esta idea». Asimismo, el destacado climatólogo soviético Mikhail I. Budyko explica que la climatología física comenzó a desarrollarse mundialmente a finales de los años 1960, y que:

este desarrollo se ha debido en gran medida a los esfuerzos de los científicos soviéticos […] muchas de las nuevas inferencias alrededor de los mecanismos físicos sobre el origen del clima y el cambio climático fueron investigados en la URSS mucho antes que en otros países. En particular, la teoría de la catástrofe climática por aerosoles apareció en estudios realizados por científicos soviéticos más de 10 años antes que conclusiones semejantes surgidas en otros países (Budyko et al. 1988: v-vi).

En particular, la posibilidad de «catástrofes por aerosoles» fue sugerida en la URSS en 1969 y, en 1974, Budyko publicó un trabajo sobre la posible catástrofe climática por aerosoles antropogénica (Budyko et al. 1988: 45). En otra obra (1980: 5), Budyko arguyó que el problema central de la ecología global es la circulación de energía y de diferentes tipos de materia dentro de la biósfera. También expresó que la historia humana ha producido suficiente información para confirmar las dificultades asociadas a mantener una biósfera ecológicamente balanceada bajo condiciones creadas por actividades económicas espontáneas, implicando que, en una economía planificada, tal «balance» podía alcanzarse (Budyko 1980: 248).

En esta obra, Budyko se refiere a una serie de científicos soviéticos y sus campos de estudio: Dokuchaev, Gerasimov, Volobuev y Kovda (estudios sobre el suelo); Grigoriev y Sochava (zonas geográficas); Kalesnik y Gerasimov (la biósfera); Khilmi (biofísica); Oparin, Vinogradov, Markov y Schwartz (evolución de la biósfera); y Armand, Fyodorov, e Izrael (cambios antropogénicos en la biósfera, disciplina «que ha llamado mucho la atención entre los investigadores soviéticos» (Budyko 1980: 15). Budyko enfatiza que estas últimas investigaciones se desarrollaron años antes de que el tema fuera de relevancia en Occidente. Recordemos que no fue sino hasta 1988 que el acaso más célebre climatólogo estadounidense, James Hansen, testificó frente al Congreso de ese país sobre el cambio climático y las posibles acciones a tomar para hacerle frente.

Igualmente, en una obra previa, Budyko (1974) hace referencia al tan importante como poco conocido «Año Geofísico Internacional» cuyo objetivo fue la contribución científica mundial. Sobre este acontecimiento, el filósofo soviético Ivan T. Frolov (1982: 154-3) –editor en jefe de la revista filosófica más importante de la URSS de 1968 a 1977, Problemas de la Filosofía– declaró que la URSS y otras sociedades socialistas le daban gran importancia a la cooperación con los países capitalistas para resolver problemas ecológicos. Esto –afirmó– «expresa el realismo de la posición general y las políticas concretas de los Comunistas, así como su humanismo no utópico, que enfatiza las actividades prácticas para resolver los problemas urgentes de nuestro tiempo mientras contribuimos al desarrollo futuro del ser humano» (Frolov, 1982).

Frolov también mencionó que «La Unión Soviética fue el primer país en poner límites científicamente establecidos a la contaminación atmosférica. Hoy las instalaciones industriales, tanto nuevas como modernizadas, no están autorizadas para operar a menos que posean dispositivos anticontaminación» (Frolov, 1982: 145). Páginas después, nos recuerda –citando a Engels– que los seres humanos no tenemos poder sobre la naturaleza sino que, por el contrario, «…nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente» (Frolov, 1982: 204).

Otro científico soviético central fue el geógrafo Innokenty Gerasimov, quien fuera director del Instituto de Geografía de la Academia de Ciencias de la URSS, así como presidente de la Sociedad de las Ciencias del Suelo. En 1977, Gerasimov escribió Geografía y ecología, en donde arguyó, entre otras cosas, que la ecología (y no la economía) debería ser el punto focal de la geografía como disciplina (Foster, 2015: 15). En un ensayo titulado «El hombre [sic], la sociedad, y el entorno geográfico» (1977: 26), Gerasimov declaró que el control científico de las fuerzas de la naturaleza debe estar subordinado al control racional de las relaciones productivas entre las personas; aquellas fuerzas –dijo– «están en operación a pesar de nosotros, en oposición a nosotros, siempre que nos dominen». De manera similar, Y. Fyodorov, Director del Instituto de Geofísica Aplicada de la URSS y I. Novik, profesor del Instituto de Información Científica sobre las Ciencias Sociales, escribieron conjuntamente en un ensayo que la interacción de la sociedad con el entorno debería estar basada en el desarrollo sistemático, dedicado y estrictamente planeado de la naturaleza, en lugar de la preservación de un «equilibrio natural» estático (1977: 42). Asimismo, V. Kovda, Director del Instituto de Agroquímica y Ciencias del Suelo de la Academia de Ciencias, planteó que:

La tierra en la Unión Soviética es, como cualquier otro recurso natural, propiedad de todo el pueblo. La propiedad exclusiva del estado sobre la tierra y una economía socialista planificada crean las condiciones óptimas para el uso científico, racional de todas las reservas de tierra, su conservación y cualquier posible incremento en la fertilidad del suelo (Kovda, 1977: 124).

En el ámbito teórico, resulta importante hablar del concepto soviético de «biogeocenosis». Desarrollada por el prominente geobotánico Vladimir I. Sukachev –estudiante de Dokuchaev y Morozov– la biogeocenosis era la contraparte soviética del concepto Occidental de «ecosistema» desarrollado por Arthur Tansley (1935), un botánico británico también influenciado por Karl Marx a través de Ray Lankester (Foster 2020: 301). Sukachev (1964: 26) definió su concepto de la siguiente manera:

Una biogeocenosis es la combinación de fenómenos naturales homogéneos (atmósfera, estratos minerales, vida vegetal, animal y microbiana, condiciones del suelo y el agua) en un área específica de la superficie terrestre, que posee su propio tipo de interacción específica entre estos componentes, y un tipo particular de intercambio tanto entre ellos como con otros fenómenos naturales, de la materia y energía que los constituye, y que representa una unidad dialéctica, internamente contradictoria, que está en constante movimiento y desarrollo.

Este concepto holístico que enfatiza las interrelaciones es, en efecto, similar a la noción de ecosistema, si bien presupone explícitamente el carácter dialéctico ontológico de la naturaleza. Así, «[l]a teoría de biogeocenosis considera como […] la fuerza motora principal detrás de su desarrollo la interacción contradictoria entre biocenosis y biotopos, i.e. entre organismos y el entorno en el que viven» (Sukachev, 1964: 12). Asimismo, Sukachev afirma que, dialécticamente:

En una biogeocenosis forestal (como en otras) […] dos tendencias mutuamente contradictorias están siempre en operación: por un lado, hay interacciones internas que siempre tratan de cambiar, de romper las interrelaciones creadas entre los componentes, y, por otro lado, está la capacidad de resistir la acción cambiante, de corregirla, y restaurar aquello que ha sido destruido (Sukachev, 1964: 609).

Además, Sukachev declaró que el enfoque biogeocenótico era «aún más ecológico» –independientemente de cómo se entendiera el término ecología– «dado que la biogeocenología incluye a la ecología, incluso en su amplia acepción Anglo-Americana» (Sukachev, 1964: 52). Sukachev también reconoció que nuestra especie era un «factor muy poderoso» afectando las biogeocenosis, de las que dependemos en muchas maneras (Sukachev, 1964: 39). No obstante, expresó que nosotros no somos «un componente de la biogeocenosis, a pesar de que somos un factor poderoso del máximo orden […] capaces no sólo de alterar las biogeocenosis forestales en mayor o menor grado, sino también de, a través de [nuestra] cultura, crear nuevas biogeocenosis-culturales forestales» (Sukachev, 1964). Sukachev, quien a lo largo de toda su obra de 1964 le dio una importancia central a los conceptos de lucha por la existencia (Darwin) y metabolismo (Liebig, Marx), señala que toda la actividad económica humana depende, directa o indirectamente, de procesos llevados a cabo en las biogeocenosis (604). Este autor (1964: 27) ofrece la siguiente figura para ilustrar la biogeocenosis y sus interacciones:

Finalmente, un recuento de las ciencias ambientales soviéticas –por breve que sea– estaría incompleto si no hace mención de su desarrollo durante los años 1920. En esta década se publicaron trabajos sobresalientes que han perdurado hasta nuestros días, tales como El origen de la vida (1924) por A.I. Oparin, La biósfera (1926) de V.I. Vernadsky, y Los centros de origen de las plantas cultivadas (1926) de N.I. Vavilov. En estos años, también fueron creados en la Unión Soviética, por ejemplo, los conceptos de «noósfera» (Vernadsky, y de Chardin y Le Roy en Francia), «antropoceno» y «antropogeno» (A. Pavlov) (Angus, 2016: 27; Foster, 2016: 10). Por limitaciones de extensión, hablaré sólo de la obra de Vernadsky, acaso menos estudiada en tiempos recientes en Occidente que las de Oparin y Vavilov (cf. v. gr. Jardón Barbolla, 2015). En resumen, como expresan la bióloga Lynn Margulis et al. (en Vernadsky, 1998: 18-19), Vernadsky hizo algo análogo con respecto a la vida en el espacio, a lo que hizo Darwin con la vida a través del tiempo. Así como estamos evolutivamente emparentados en el tiempo con ancestros comunes, estamos también –por medio de la biósfera– conectados en el espacio. Es decir, mediante el espacio vernadskiano estamos enlazados al tiempo darwiniano (Vernadsky, 1998).

El tan prevalente y holístico término «biósfera» fue acuñado originalmente por el biólogo evolutivo francés Jean-Baptiste de Lamarck en su Hidrogeología (1802) para referirse a la materia viviente (en contraposición con la inerte). Décadas después, el geólogo austriaco Eduard Suess retomó el concepto en El origen de los Alpes (1875) para hablar, de paso, de la vida orgánica sobre la superficie de los continentes, misma que yace «en una biósfera autocontenida» (Vernadsky, 1998: 159). Vernadsky se sirvió de estos dos usos para desarrollar su propia concepción de la biósfera, que incluye a los seres vivos y a los sedimentos depositados por efecto de su influencia (Vernadsky, 1998: 91).

Ahora bien, en el terreno de la práctica, es pertinente dedicar unas palabras a una política forestal soviética de la que poco –o nada– se habla hoy día: la conservación forestal. Once semanas después de la Batalla de Stalingrado (1943), acaso la más sangrienta y devastadora en toda la historia de la humanidad, la URSS aprobó el Decreto 430, que dividió los bosques soviéticos en tres grupos, dos de los cuales habrían de ser protegidos. Ésta fue la forma final que tomó la organización forestal soviética, cuya legislación fue derogada por el presidente Putin en 2007, sin rastros de ninguna protesta social generalizada (Brain, 2011: 130; Brain, 2010: 114). Es decir, en una circunstancia donde la URSS estaba increíblemente debilitada, y la victoria contra el Nazismo no estaba ni remotamente garantizada, este país decidió proteger sus mejores bosques de la tala comercial por razones hidrológicas (Brain, 2011: 138). Así, una reserva originalmente del tamaño de Francia se convirtió en una superficie del tamaño de México (Foster, 2015; Brain, 2011: 139). Ningún otro país en la historia ha protegido tal proporción de su territorio y, específicamente, tantos de sus mejores bosques (Brain, 2011: 2). Algunos de estos bosques contenían, a su vez, los famosos zapovedniki, reservas para llevar a cabo «investigación científica holística [...] y el descubrimiento, en una manera dialéctica-marxista, de aquellas regularidades que determinan el desarrollo individual de cada elemento en el zapovednik, sus mutuas interrelaciones, sus […] dinámicas […] solucionando así una serie de problemas en biología general, fundamentalmente de naturaleza ecológica» (Weiner, 1988: 199).

En conclusión, como plantea Foster (2015: 17), la ecología soviética dejó un legado que «a pesar de sus debilidades y giros en falso, representó en muchos sentidos un logro humano masivo del que necesitamos aprender hoy si es que vamos a hallar la manera de regular el metabolismo humano con la naturaleza y a superar la crisis ecológica global del presente. Comenzó como un proceso de transición ecológica que, de haberse llevado a cabo completamente, pudo haber tenido un sinnúmero de efectos positivos». Hay entonces mucho que aprender y descubrir –tanto práctica como teóricamente– sobre esta relación alternativa de la sociedad consigo misma y con el resto de la naturaleza.


Notas:

[1] Para un relato sucinto y más objetivo de este episodio histórico, véase el capítulo 7, «El problema del Lysenkismo» del libro El biólogo dialéctico (1985), escrito por los científicos estadounidenses Richard Levins y Richard Lewontin.

Referencias:
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[ø]Weiner, D. R. (1999). A Little Corner of Freedom: Russian Nature Protection from Stalin to Gorbachëv. University of California Press.




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