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Capitalismo, América Latina, dependencia tecnológica, trabajo, desarrollo científico-tecnológico.
En este trabajo se reflexiona uno de los temas fundamentales para el estudio del capitalismo latinoamericano: la dependencia tecnológica. Por la brevedad del espacio se presentan en forma de apuntes y reflexiones las principales ideas, estructuradas en tres apartados, en el primero se explica la relación entre tecnología y proceso de trabajo; en el segundo apartado, se ubica el desarrollo del capitalismo y la producción tecnológica; y en el tercero, se expone en líneas generales el papel de la tecnología en el capitalismo dependiente latinoamericano.
Notas sobre la relación entre tecnología y proceso de trabajo
La tecnología es producto de la actividad humana, por más ajena que ésta se presente a la humanidad, incluso, se representa como su controladora. En los últimos tiempos, es la “responsable” del desplazamiento de un amplio contingente de trabajadores de actividades productivas. Sobre la relación entre tecnología y proceso de trabajo, Marx señaló que ésta “pone al descubierto el comportamiento activo del hombre con respecto a la naturaleza, el proceso de producción inmediato de su existencia, y con esto, sus relaciones sociales de vida y las representaciones intelectuales que surgen de ellas.” (Marx, 1966) Es decir, la tecnología no es un conjunto de objetos sino el resultado de una relación social e históricamente determinada por las condiciones de producción.

En este tenor, cabe recordar junto con Engels, que la tecnología es resultado de la relación más humanizante: el trabajo (Engels, 2012). Como claramente apuntaló Marx, la relación humanidad-naturaleza está mediada por el proceso de trabajo, razón por la cual se puede argumentar que, en los diferentes sentidos del trabajo que ha tenido la humanidad de acuerdo al contexto de los modos de producción y formaciones sociales diversas, la tecnología desempeñó un papel clave para definir el proceso de trabajo, y a su vez, éste determinó y condicionó la tecnología[1].
La importancia de las revoluciones tecnológicas vistas desde una perspectiva de larga duración permite explicar los diversos procesos civilizatorios[2], ampliando nuestra mirada de la humanidad como creadora de tecnología en todos los rincones de nuestro mundo. Las revoluciones tecnológicas modifican las formas de trabajar y de producir; cambian la concepción de la naturaleza y de las relaciones en las sociedades. En otras palabras, las revoluciones tecnológicas explican los diversos estadios de la humanidad. El antropólogo brasileño Darcy Ribeiro indicó la existencia de ocho revoluciones tecnológicas a los cuales le corresponden 13 procesos civilizatorios (Ribeiro, 1971) lo cual indica la importancia de la tecnología en la organización productiva de la humanidad.
Asociar la tecnología sólo como un producto del modo de producción capitalista, resulta una limitante porque pierde su significado histórico y, por lo tanto, trascendental. La tecnología no nació en el capitalismo y por lo tanto, puede superarlo. De la misma manera sucede con el trabajo, ya que el trabajo no nació con el capitalismo, sin embargo, el capitalismo exige un tipo particular de trabajo: el trabajo asalariado que le permita al capital explotar la fuerza de trabajo y enmascarar la apropiación del producto social excedente (la plusvalía). Lo mismo sucede con la tecnología, donde el capitalismo exige un tipo particular de tecnología que le permita dominar y controlar el proceso de trabajo, incorporándolo subordinadamente a la lógica de valorización. Es decir, una tecnología que esté bajo la lógica del capital: la ganancia. (Osorio, 2014)

Capitalismo y tecnología
El gran salto cualitativo del papel de la tecnología en el proceso de trabajo en nuestras sociedades se presenta con la Primera Revolución Industrial (Bambirra, 1974)[3]. Ante todo, es un proceso histórico de escala mundial que tuvo su epicentro en Inglaterra a partir del siglo XVIII, lo cual significa que en ese Estado se concretó un proceso que tuvo raíces planetarias. La Revolución Industrial fue posible porque en esa formación social se imbricaron diversos procesos, entre ellos el colonialismo, que lograron la consolidación del modo de producción capitalista (Osorio, 2016). El desarrollo de la gran industrial, la transformación de la producción manufacturera a la industrial, implicó incorporar el desarrollo de la tecnología a la lógica de la ganancia y, por consiguiente, incrementar el dominio sobre el trabajo; asimismo la búsqueda de la ganancia potencializó la producción tecnológica para el proceso de valorización.
Lo anterior significó un profundo cambio en donde el trabajador que tenía el control sobre el proceso de trabajo y el dominio de la técnica, se vio ante una nueva realidad que impuso el dominio del capital sobre la esfera de la producción. El trabajador perdió el control sobre sus medios de producción y sobre el control del proceso de trabajo. Aparentemente, la tecnología domina el proceso de trabajo, domina al trabajador tanto para extender la jornada de trabajo como para intensificarla. En este sentido, la Revolución Industrial permitió incorporar subordinadamente el proceso de trabajo al proceso de valorización. Este proceso también se conoce como la transición del trabajo formalmente subordinado al realmente subordinado al capital (en este último el trabajador se convierte en apéndice de la maquina)[4].
La tecnología dirigida por la lógica del capital tiene múltiples implicaciones. Una de ellas es que el capital, al buscar la ganancia, tiene como fin desplazar el trabajo vivo del proceso de trabajo y aumentar la productividad del trabajo, atándolo inexorablemente a incrementar el uso de maquinaria y equipo para producir un mayor número de mercancías en menos tiempo (elevando la composición orgánica del capital). En consecuencia, se incrusta en la tendencia decreciente de la tasa media de ganancia. La búsqueda incesante del capitalista por la ganancia extraordinaria lo lleva a incrementar los avances tecnológicos. Esta tendencia mediada por la competencia entre capitalistas desata sus contratendencias: la búsqueda por aumentar la apropiación de plusvalía y también por el abaratamiento de las materias primas.

Por último, es fundamental mencionar que la tecnología es producto del trabajo, pero de un trabajo pretérito que se enfrenta al trabajador en cuanto trabajo vivo, dicho de otro modo, la tecnología concretada en máquinas y herramientas es trabajo muerto frente al trabajo vivo que produce la fuerza de trabajo. La tecnología vista desde la relación contradicción trabajo-capital se encarna en la contradicción entre el trabajo muerto y el trabajo vivo.
Con el advenimiento de la Revolución Industrial, y con ella, de la gran industria, se consolidó la División Internacional del Trabajo -DIT- (Marini, 1973). El desarrollo de la gran industria es también el del mundo capitalista, transforma cualitativamente la forma de producción, y también, la de circulación. Por ello, pensar que la Revolución Industrial fue un hecho aislado inglés producto de las mentes ingenieriles occidentales mistifica la historia. Más bien, la Revolución Industrial se presenta cual coyuntura histórica que sintetizó procesos previos de colonialismo occidental y de apropiación de excedente económico de la periferia mundial.
Si volteamos a ver nuestra región, es importante saber que América Latina participó en la Revolución Industrial proveyendo tanto de materias primas como de alimentos. ¿En qué medida estas dos formas determinaron el desarrollo tecnológico de occidente? Una aproximación es que permitió el abaratamiento de los alimentos que consumieron los ejércitos industriales que se formaban en la Europa industrializada, de este modo colaboró sustancialmente para transformar el eje de acumulación del capital de la plusvalía absoluta a la relativa, y con ello, a la consolidación del modo de producción capitalista (Marini, 1973).
Ahora bien, importa señalar que las relaciones internacionales a partir de la Revolución Industrial estarán sustentadas en la DIT, en la explotación internacional y, por lo tanto, en la ley del valor. Entramos a una nueva etapa histórica en donde las relaciones de dominación y explotación entre los Estados nacionales son determinadas por las relaciones económicas. Ya no solo a través de la primacía de la sujeción política sino fundamentalmente económica. En el nuevo contexto abierto por la Revolución Industrial, el desarrollo, control y tenencia tecnológica adquiere relevancia estratégica en la dominación internacional.
Por otra parte, la Segunda Revolución Industrial (finales del siglo XIX-principios del siglo XX) también fue de escala planetaria pero su epicentro cubrió a más países occidentales, y de hecho potencializó su condición imperialista, caso especial merecen los Estados Unidos de América a partir el siglo XIX. Las características de esta Revolución Industrial fue el cambio de la energía en la propulsión de la máquina-herramienta (petróleo y electricidad) y la incorporación de las materias primas industriales. Para nosotros es importante asociar que la Segunda Revolución Industrial no habría podido llevarse a cabo sin el despojo a los pueblos originarios de Norteamérica, la invasión y posterior despojo del territorio nacional mexicano, así como de la condición de esclavitud de miles de humanos. En otras palabras, no se trató de un acontecimiento histórico marcado por la erudición ingenieril de algunos personajes, sino una articulación de distintos elementos históricos que hicieron posibles que esas ideas se desarrollaran y determinadas por las relaciones sociales de producción.[5]

Por otra parte, existe un amplio debate sobre si estamos ante una nueva revolución industrial (tercera/cuarta) o si solo son revoluciones científico-tecnológicas (Pérez, 210; Morales, 2018; CEPAL, 2020). De lo que no hay duda es que con la Primera y Segunda Revolución Industrial el capitalismo se consolidó como el modo de producción dominante a nivel planetario y condicionante de las relacione sociales de producción, y con ello, de la tecnología.
Respecto a las relaciones internacionales marcadas por la explotación entre naciones en la esfera mundial se requiere considerar que el desarrollo tecnológico está atravesado por las mismas determinaciones del capital: exige un espacio planetario, y a la vez, se concreta sobre Estados nacionales. Por ello, cuando surge el imperialismo y con ello las guerras mundiales, que respondían al reparto del mundo para grandes capitales y sus estados, se presenta una de las contradicciones más absurdas si no fueran entendidas desde la lógica capitalista: la destrucción de fuerzas productivas provocada por los conflictos bélicos globales potencializó -y sigue potencializando- el desarrollo tecnológico. Por ello, la guerra es un pivote de desarrollo del capitalismo porque permite crear y potencializar el desarrollo de la tecnología. En la lógica que despliega el capital y sus tendencias, destaca que el desarrollo de las patentes tecnológicas recae sobre capitales monopólicos de países imperialistas en la búsqueda de ganancias extraordinarias y conquista de territorios, así lo demuestran las siguientes gráficas:

Capitalismo dependiente y ¿desarrollo tecnológico?
En Latinoamérica el desarrollo científico-tecnológico se comprende y se explica desde el capitalismo dependiente. Lo anterior no significa una conclusión sino un punto de partida. La ausencia tecnológica o el desarrollo de un tipo particular de tecnología que no responde a las necesidades de las amplias masas populares es el resultado de la disociación entre la formación de nuestro aparato productivo y las necesidades de los trabajadores, proceso que se conoce como ruptura del ciclo del capital[6]. Lo anterior se exacerba porque nuestras economías han tenido y tienen una larga tradición exportadora, eso tiene una explicación, por el papel de la región en la DIT, y fundamentalmente, por la superexplotación de la fuerza de trabajo. Las clases dominantes orientan las actividades productivas (para el capital) con el objetivo de satisfacer las necesidades de las regiones imperialistas del mundo.
El desarrollo científico y tecnológico de los últimos años[7], desenvolvió la esfera de la circulación, y con ello, posibilitó la fragmentación de la producción, ahondando aún más el desarrollo científico-tecnológico desigual, estableciéndose en nuestros países las fracciones del proceso productivo de mayor uso intensivo en fuerza de trabajo, denominadas maquilas; pero también implicó una reestructuración productiva en donde se restringió aún más la soberanía tecnológica al proveer Latinoamérica de nueva cuenta materias primas y alimentos a las regiones imperialistas del mundo. Un breve vistazo a la estructura de las exportaciones de la región lo muestra claramente:

El gráfico señala la tendencia exportadora de la región en la economía mundial, caracterizándose por exportar bienes manufacturados con baja tecnología, recursos naturales y bienes primarios. Incluso aquellas manufacturas que se consideran de tecnologías “media y alta” pueden generar confusión ya que si se estudian los componentes nacionales y el consumo final de esos bienes vemos que varios responden a la lógica de maquila, como es el caso de México. El cambio en la estructura económica en América Latina abrió paso a una nueva modalidad de reproducción del capital, algunos autores lo denominan patrón exportador de especialización productiva (Osorio, 2004). A las diversas modalidades de la reproducción del capital le corresponden políticas de desarrollo científico-tecnológico.

Históricamente, la participación de América Latina en la economía global se caracteriza por proveer al mercado mundial de materias primas y alimentos, y en los últimos años, algunos países bienes manufacturados en forma de maquiladora. En la última fase de desarrollo del capitalismo mundial, comúnmente denominada “globalización” o “mundialización”, nuestra región se vinculó al comercio internacional como exportadora de bienes primarios para abastecer el robusto crecimiento industrial que experimentó China, o bien para abastecer de bienes manufacturados a los mercados estadounidense y europeo. Esto provocó que la clase política, cámaras empresariales y medios masivos de comunicación insistieran en la benevolencia que tiene el patrón exportador para los países latinoamericanos, como si volcarse al abastecimiento del mercado mundial funcionara como palanca para el desarrollo nacional. Incluso hoy, en México, se aplaude y celebra el nuevo tratado de libre comercio (T-MEC) con una justificación que día con día destaca la importancia de las inversiones extranjeras y la vinculación con la economía estadounidense como fuente primaria del progreso económico nacional.

Sin embargo, el tan vanagloriado patrón exportador predominante en América Latina no sólo esconde las condiciones de profunda precariedad y descomposición por las que ha atravesado [y atraviesa] nuestra región durante la actual fase neoliberal, sino también vela la dependencia científica y tecnológica en la que se han desenvuelto estas economías dependientes a lo largo de estas últimas cuatro décadas. Así lo demuestra claramente la gráfica anterior, en la que se puede observar el raquítico crecimiento en la inversión de Investigación y Desarrollo en los países latinoamericanos que forman parte de la OCDE. Mientras el promedio en gasto por Investigación y Desarrollo de los países que forman parte de esta organización (trust) internacional es de 2.3% del PIB, incluso 2.8 para el caso de EUA, en los países latinoamericanos esta cifra no rebasa el 0.5%.
Esta clara diferencia entre la inversión de I+D entre los países de América Latina y los países desarrollados deja entrever que los supuesto efectos positivos de trasferencia tecnológica fomentados por las exportaciones y la atracción de inversión extranjera directa, no son tal. La mayor integración de América Latina a la economía mundial va aparejada por una mayor dependencia en la importación de ciencia y tecnología de las economías desarrolladas, lo cual ha dejado a nuestra región sin capacidades para realizar los avances tecnológicos requeridos por cualquier proceso de desarrollo económico. La apertura neoliberal de nuestras economías ha mermado, inclusive destruido, las estructuras productivas nacionales en aras de importar tecnología extranjera. Las oligarquías latinoamericanas y el conjunto de la clase política se han adentrado en un proyecto centrado en atraer inversión extranjera y dinamizar las exportaciones a partir de la precarización del mundo del trabajo. Como resultado, la ciencia y tecnología nacional y soberana, que responda a las necesidades de nuestros pueblos, queda totalmente excluida.

La única experiencia nacional que ha puesto las necesidades del pueblo como prioridad, ha sido la cubana. Ahí se demuestra la centralidad que tiene la ciencia y tecnología cuando los derechos humanos de la población se ponen en primer plano de la política económica. Los avances en soberanía tecnológica, es decir, en la autodeterminación nacional, se potencializaran por la organización y la lucha de los trabajadores por el control del proceso de trabajo. El control que en esa isla se ha logrado contra la expansión de la pandemia, sólo demuestra un desarrollo científico y tecnológico soberano que garantiza salud y bienestar a su pueblo, demostrando que otra tecnología es posible si se piensa en otro mundo posible, más allá del capital.
Notas:

[1] Ya Marx señaló que: El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida. Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza.↩
[2] “Empleamos el concepto de revoluciones tecnológicas para indicar que a ciertas transformaciones prodigiosas en el equipamiento de la acción humana sobre la naturaleza, o de la acción bélica, corresponden alteraciones cualitativas en todo el modo de ser de las sociedades, que nos obligan a tratarlas como categorías nuevas dentro del continuum de la evolución sociocultural. Dentro de esta concepción, suponemos que al desencadenamiento de cada revolución científica, o a la propagación de sus efectos sobre contextos socioculturales distintos, a través de procesos civilizatorios, tiende a corresponder la aparición de nuevas formaciones socioculturales.” (Ribeiro, 1971, pág. 151)
… a cada revolución tecnológica pueden corresponder uno o más procesos civilizatorios a través de los cuales se desenvuelven las potencialidades de transformación de la vida material y de transfiguración de las formaciones socioculturales. (Ribeiro, 1971, pág. 152)
↩
[3] En ese sentido, nuestra autora afirma que “…desde la primera Revolución Industrial, el sentido de desarrollo de cualquier sociedad pasó a ser dado por la industria manufacturera. Porque la industria es la base económica de un sistema social nuevo, el capitalismo, que por su empuje y dinamismo tenía las condiciones de imponerse, subyugar y liquidar a los demás. Esto, debido a la gran capacidad que engendraba revolucionar las fuerzas productivas, generando formas superiores de dominio de la naturaleza, de relación entre las clases y entre los individuos.” (Bambirra, 1974, pág. 29)↩
[4] Harry Braverman hace hincapié en que el gran cambio entre la producción manufacturera y la industrial se presenta en que en la primera lo que se transforma es la organización del trabajo, mientras en la segunda, son los instrumentos de trabajo. (Braverman, 1981) ↩
[5] Para autores como Braverman la revolución tecnológica antecedió a la consolidación de la ciencia moderna, el análisis es por demás interesante porque indica que es a partir de las transformaciones en los procesos productivos los que permitieron desarrollar la ciencia moderna, las instituciones científicas y la inversión estatal en ciencia tal cual es conocido hoy día (Braverman, 1981, págs. 185-188).↩
[6] La ruptura del ciclo del capital hace referencia a la disociación entre la producción y el consumo. Esta noción es muy importante y podemos ejemplificarla, de manera muy general y esquemática, con que la histórica vocación exportadora que tienen las economías latinoamericanas ha estado en los cimientos de un capitalismo volcado hacia las necesidades de los países centrales e imperialistas, en detrimento del consumo de la clase trabajadora nacional.↩
[7] Algunos autores la han denominada tercera revolución industrial y la actual revolución 4.0.↩
Referencias:
Bambirra, V. (1974). El capitalismo dependiente latinoamericano. México: 1974. Braverman, H. (1981). Trabajo y capital monopolista. México: Nuestro Tiempo.
CEPAL. (20 de septiembre de 2020). https://repositorio.cepal.org. Obtenido de https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/45454/S2000009_es.pdf?sequence=1&isAllowed=y

Marini, R. M. (1973). Dialéctica de la dependencia. México : ERA.
Marx, C. (1999). El Capital (3a ed. ed., Vol. 1). (W. Roces, Trad.) México: Fondo de Cultura Económica.
Morales, J. (2018). Política industrial alternativa. Observatorio del Desarrollo. Investigación, reflexión y análisis, 4-15.
Osorio, J. (2014). Estado, reproducción del capital y lucha de clases. La unidad económico/política del capital. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Económicas.
Osorio, J. (2016). Sistema mundial y formas de capitalismo. Direito & praxis, 494-539.
Pérez, C. (2010). Technological revolutions and technoeconomic paradigms. Cambridge Journal of Economics, 185-202.
Ribeiro, D. (1971). El proceso civilizatorio, de la revolución agrícola a la termonuclear. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.